Por Pablo Marshall Barberán y Guillermo Jiménez
Partido de cuartos de final de la Copa del Mundo en que se enfrentaban Uruguay y Ghana. Último minuto del segundo tiempo de alargue. Marcador igualado a un gol. Si nada pasaba en el siguiente minuto de partido, la clasificación a la siguiente ronda se definiría por lanzamientos penales. En ese último minuto de partido, Ghana creo una ocasión de gol a través de Adiyiah. La pelota se dirigía al arco y si se transformaba en gol, la clasificación sería para Ghana. Sin embargo, el delantero uruguayo Luis Suárez sacó la pelota en la línea del arco usando sus manos. Esta infracción implicó un penal a favor de Ghana y la expulsión del propio Suárez. El penal fue ejecutado por Gyan y desperdiciado. El partido finalizó con el marcador empatado y en la definición a penales Uruguay se impuso con un gol de Abreu.
Lo acontecido en este partido renueva la fascinación que ciertas personas experimentan por comprender el espíritu y la racionalidad de las reglas del juego del fútbol. Los casos de laboratorio, como el caso de la mano de Suárez, exponen los problemas que afectan el juego del fútbol al igual que afectan a otras instancias de la sociedad contemporánea gobernada por reglas, impulsada por expectativas y en cuyo trasfondo subyacen ciertos principios de justicia.
Desde la perspectiva del observador el problema se vuelve patente al constatar que frente a la situación se generan inclinaciones contrapuestas. Por un lado, la frustración de ver cómo la abierta infracción de las reglas del juego por parte de Suárez entregó una nueva oportunidad a su equipo, sin la cual se habría visto derrotado legítimamente. Casi con certeza absoluta, sin la mano de Suárez, Ghana habría accedido a la siguiente ronda. Esa frustración podría fundarse en una especie de espíritu de justicia. Contrapuesta a la frustración se genera cierta fascinación al ver cómo Suárez utiliza las reglas del juego a su favor. Un calculo que en milésimas de segundo consideró que, conforme a las reglas, se presentaba la oportunidad de no perderlo todo; de entregarle aunque minúscula, una oportunidad a su equipo. No puede desmerecerse el valor que tiene el que el resto del equipo haya sabido aprovechar esa oportunidad, pero fue Suárez su artífice. Uruguay le debe la clasificación. Esa fascinación recibe contenido de nuestra admiración por la inteligencia.
La mano de Suárez puede ser enjuiciada desde una perspectiva filosófica que permite ver en otra dimensión el asunto. Desde esta perspectiva, lo importante es cuál es el rol de un jugador dentro del juego y por tanto cuál es el grado de compromiso que debe mostrar con las reglas del juego. Acá se podrían enfrentar dos visiones: la liberal y la republicana. Para la visión liberal, el objetivo del juego es el triunfo y las reglas del juego lo que hacen es establecer ciertos parámetros que deben respetar en dicha búsqueda. Las reglas del juego son, desde esta perspectiva, límites a los cuales se enfrentan equipos y jugadores, en su búsqueda del triunfo. Todo aquello que no está expresamente prohibido por las reglas está permitido. La búsqueda de fórmulas en que un equipo gane ventajas sin infringir las reglas ha sido, desde la creación del deporte, el criterio para definir a sus grandes figuras e impulsores. La fidelidad con las reglas no puede trascender a una relación instrumental que posibilite el fin del juego, que no es otra cosa que ganar.
Desde este punto de vista, la mano de Suárez es simplemente una de las posibilidades de acción que ofrece el juego. Él sopesó las ventajas y desventajas de su acto a la luz de las reglas que gobernaban la situación y asumió las consecuencias. Debemos apreciar la racionalidad del acto y admirar cómo Suárez se adelanto al hecho que, a fin de cuentas, las ventajas superaron a los costos. Su acción fue exitosa, nada más queda por decir. Si resulta necesario modificar el reglamento y hacer más costosa la acción en el futuro o, incluso, interpretar extensivamente el alcance de "falta grave" para aplicar una sanción mayor que también tenga un efecto disuasivo, es un asunto diferente. El alcance del reproche está circunscrito por las reglas del juego, más allá lo único que importa es la efectividad.
Para la visión republicana, el objetivo del juego es competir lealmente en pos de ganar. Las reglas del juego son al mismo tiempo que límites a la conducta admisible de los jugadores parámetros de la lealtad que deben seguir los jugadores a la hora de buscar el triunfo de su equipo. Tras las reglas que regulan las conductas expresamente - cada vez con mayor precisión - se sitúan principios deportivos como el juego limpio y el espíritu de competencia o como la prohibición de la ventaja que proviene de una infracción a las reglas. En esa dirección es que el fútbol ha evolucionado, concretando cada vez más pautas de conducta y estimulando las virtudes deportivas en los equipos y jugadores. La fidelidad de las reglas es la que entrega la identidad al jugador de fútbol, es lo que hace que el fútbol sea lo que es y no cualquier cosa: lo importante no es ganar sino competir.
Así, el punto de vista republicano no sólo exige cumplir las reglas o asumir los costos de la transgresión, sino además, aceptarlas como pautas de conducta. El reproche, entonces, no se agota en el cumplimiento de la legalidad externa. Por ello, el participante que "usa" las reglas en lugar de guiarse por ellas, merece un reproche por ese sólo hecho. La relación meramente instrumental con las reglas, desconociendo su espíritu, implica una deslealtad con el deporte mismo, más allá de las consecuencias prácticas de la infracción.
Como se ve, la pasión que origina el futbol, en este como en otros casos, permite agudizar nuestra percepción de los fundamentos de nuestra adhesión al marco común que gobierna nuestras acciones.