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viernes, 26 de noviembre de 2010

¿Cómo afecta el voto obligatorio a la libertad?

Por Pablo Marshall Barberán

Nuevamente – ¿cómo no? – está en debate la cuestión de si el voto debe ser voluntario u obligatorio. Se vuelven a repetir los argumentos de lado y lado, como disco rallado.
Revisemos los argumentos de los promotores del voto voluntario.

Primero, el voto voluntario aumentaría la participación electoral. Obviamente, este argumento es débil. La participación electoral, si uno mira el horizonte comparado, es siempre mayor allí donde el voto es obligatorio. Es mayor porque los ciudadanos se ven compelidos a votar por temor a la posible sanción, pero también es mayor porque el simbolismo que involucra que el voto sea obligatorio es entendido por los individuos como un deber que los identifica y distingue como ciudadanos. Quienes sostienen que la pura conversión del voto obligatorio a voluntario es suficiente para aumentar el caudal electoral, están equivocados. Ello podría ser así, si se implementase otro tipo de reformas que estimulara la participación a través de la evidenciación de la influencia del voto en la toma de decisiones estatales. Eso que en Chile no está cerca de suceder.

Segundo, el voto obligatorio aumenta el poder del Estado haciendo que la voluntad de los ciudadanos no importe; el voto voluntario devolvería el poder a los ciudadanos. En este argumento está la falacia más recurrente de los defensores del voto voluntario. Consiste en hacernos pensar que un derecho debe ser siempre, al mismo tiempo, una libertad. Es perfectamente posible la existencia de un derecho – que consiste en este caso, en que el Estado no puede evitar que yo ejerza el voto que la Constitución me garantiza – cuyo contenido sea obligatorio – obligación que consiste en que el ciudadano debe ejercer el voto –. Que el voto sea un derecho y una obligación quiere decir que ni el Estado ni el propio ciudadano pueden voluntariamente impedir que el sufragio se efectúe. Pero no se entiende cómo eso hace que el poder político transite desde los ciudadanos hacía el Estado. Eso sería plausible si el gobierno de turno pudiera determinar los casos en que el voto fuera obligatorio; pero cuando lo que hacemos es discutir sobre una norma constitucional es evidente que no es una cuestión que queda en manos del gobierno de turno.

Tercero, y aquí nos acercamos a la cuestión objeto de esta columna, el voto obligatorio afecta la libertad de los individuos. Y por supuesto que lo hace. Desde una perspectiva liberal, todas o casi todas las normas estatales afectan la libertad de los individuos. La obligación de manejar con cinturón de seguridad es una norma que afecta la libertad tanto como lo es la prohibición de disparar armas de fuego sobre seres humanos. Esto es así, si entendemos por libertad el poder actuar conforme a nuestro arbitrio sin interferencias. El argumento de la libertad puede ser objeto de varias observaciones:

(a) hasta los más fervientes liberales reconocen que hay otros intereses adicionales que proteger y fomentar además de la libertad individual. Prohibimos matar porque protegemos la vida; obligamos al uso del cinturón porque valoramos la seguridad durante actividades peligrosas; por último, obligamos a votar porque consideramos importante la legitimación democrática del gobierno.

(b) hay otras formas de entender la libertad, distintas a la no-interferencia. La libertad puede también ser concebida como la ausencia de dominación arbitraria por parte de un tercero. En este sentido, la libertad no importa la posibilidad de hacer lo que se me antoje, y mis acciones puede estar limitadas, tanto por consideraciones de libertad -  esto es, implementar mecanismos de no dominación – como por otro tipo de intereses o fines que los ciudadanos libremente determinen.

(c) es difícil entender que cualquier afectación de la libertad tenga el estatus de afectación a una libertad fundamental como se ha sugerido por los defensores del voto voluntario. Este es el punto sobre el que me quiero detener al final de esta columna.

Es bien diferente decir que el voto obligatorio afecta mi libertad de acción que decir que afecta mi libertad política – tendemos a pensar en la libertad política como una libertad fundamental –. Eso se traduce para quienes apelan al argumento de la prioridad de la libertad, por sobre otros objetivos o valores, en la necesidad de justificar la importancia de la libertad afectada. En los términos del debate actual, que la obligatoriedad del voto afecte mi libertad de irme a la playa por el fin de semana o mi libertad de quedarme en casa descansando, no parece ser un argumento de atención, ni parece reclamar la prioridad que los liberales reclaman para las libertades fundamentales por sobre la comunidad. Ese argumento si debe considerarse con atención cuando lo que es amenazado es la libertad política, esto es, la posibilidad de elegir libremente entre las distintas opciones disponibles para ejercer el poder del Estado, que incluye por supuesto, el rechazo de la oferta que se manifiesta institucionalmente a través de las elecciones.

Si los defensores del voto voluntario logran demostrar que el voto obligatorio viola la libertad política de los ciudadanos tendrán un buen argumento para su propósito. Pero ese argumento no ha sido esgrimido convincentemente en la discusión pública todavía: ¿libertad de qué? es la pregunta que subsiste.

En este sentido, se ha argumentado que al obligar a los ciudadanos a votar se les priva de la opción de expresar su rechazo al sistema político vigente como una forma legítima de toma de decisiones. Es curioso que ese argumento venga ofrecido justamente por los defensores del orden establecido, esto es por definición, la derecha.

Si bien este argumento es poderoso, porque atiende a la única manifestación de la libertad política que no sería adecuadamente respetada por el voto obligatorio (la flojera o las ganas de ir a la playa no pueden considerarse libertades políticas fundamentales), no parece que el voto voluntario sea la forma adecuada de comprometerse con su respeto. Fundamentalmente, porque el voto voluntario no permite diferenciar quienes rechazan el sistema de quienes no concurren a votar por razones egoístas. Pero también porque existen otros mecanismos institucionales que permitirían, antes que el voto voluntario, considerar la libertad política de quienes rechazan el sistema político. Un ejemplo de estos últimos es un mecanismo de excusión para la elección que signifique un sacrificio a la libertad de acción equivalente a la concurrencia a la votación, pero que no obligue a los ciudadanos a la expresión política a favor del sistema político imperante. Es más, el trámite podría hacerse incluso en la misma mesa receptora de sufragios a la cual el ciudadano está adscrito. Es más, quienes rechazan el sistema político actual como legítimo, deberían declararse partidarios del voto obligatorio, pues el es modelo que les permite expresar su desacuerdo diferenciadamente de los egoístas, como una forma de desobediencia civil.

Si no es la libertad de rechazar el sistema político imperante, ¿cuál es la libertad fundamental a la que afecta el voto obligatorio? ¿Cómo afecta el voto obligatorio a la libertad? Espero una explicación.

miércoles, 28 de julio de 2010

Sobre la mano de Suárez

Por Pablo Marshall Barberán y Guillermo Jiménez


Partido de cuartos de final de la Copa del Mundo en que se enfrentaban Uruguay y Ghana. Último minuto del segundo tiempo de alargue. Marcador igualado a un gol. Si nada pasaba en el siguiente minuto de partido, la clasificación a la siguiente ronda se definiría por lanzamientos penales. En ese último minuto de partido, Ghana creo una ocasión de gol a través de Adiyiah. La pelota se dirigía al arco y si se transformaba en gol, la clasificación sería para Ghana. Sin embargo, el delantero uruguayo Luis Suárez sacó la pelota en la línea del arco usando sus manos. Esta infracción implicó un penal a favor de Ghana y la expulsión del propio Suárez. El penal fue ejecutado por Gyan y desperdiciado. El partido finalizó con el marcador empatado y en la definición a penales Uruguay se impuso con un gol de Abreu.

Lo acontecido en este partido renueva la fascinación que ciertas personas experimentan por comprender el espíritu y la racionalidad de las reglas del juego del fútbol. Los casos de laboratorio, como el caso de la mano de Suárez, exponen los problemas que afectan el juego del fútbol al igual que afectan a otras instancias de la sociedad contemporánea gobernada por reglas, impulsada por expectativas y en cuyo trasfondo subyacen ciertos principios de justicia.

Desde la perspectiva del observador el problema se vuelve patente al constatar que frente a la situación se generan inclinaciones contrapuestas. Por un lado, la frustración de ver cómo la abierta infracción de las reglas del juego por parte de Suárez entregó una nueva oportunidad a su equipo, sin la cual se habría visto derrotado legítimamente. Casi con certeza absoluta, sin la mano de Suárez, Ghana habría accedido a la siguiente ronda. Esa frustración podría fundarse en una especie de espíritu de justicia. Contrapuesta a la frustración se genera cierta fascinación al ver cómo Suárez utiliza las reglas del juego a su favor. Un calculo que en milésimas de segundo consideró que, conforme a las reglas, se presentaba la oportunidad de no perderlo todo; de entregarle aunque minúscula, una oportunidad a su equipo. No puede desmerecerse el valor que tiene el que el resto del equipo haya sabido aprovechar esa oportunidad, pero fue Suárez su artífice. Uruguay le debe la clasificación. Esa fascinación recibe contenido de nuestra admiración por la inteligencia.

La mano de Suárez puede ser enjuiciada desde una perspectiva filosófica que permite ver en otra dimensión el asunto. Desde esta perspectiva, lo importante es cuál es el rol de un jugador dentro del juego y por tanto cuál es el grado de compromiso que debe mostrar con las reglas del juego. Acá se podrían enfrentar dos visiones: la liberal y la republicana. Para la visión liberal, el objetivo del juego es el triunfo y las reglas del juego lo que hacen es establecer ciertos parámetros que deben respetar en dicha búsqueda. Las reglas del juego son, desde esta perspectiva, límites a los cuales se enfrentan equipos y jugadores, en su búsqueda del triunfo. Todo aquello que no está expresamente prohibido por las reglas está permitido. La búsqueda de fórmulas en que un equipo gane ventajas sin infringir las reglas ha sido, desde la creación del deporte, el criterio para definir a sus grandes figuras e impulsores. La fidelidad con las reglas no puede trascender a una relación instrumental que posibilite el fin del juego, que no es otra cosa que ganar.

Desde este punto de vista, la mano de Suárez es simplemente una de las posibilidades de acción que ofrece el juego. Él sopesó las ventajas y desventajas de su acto a la luz de las reglas que gobernaban la situación y asumió las consecuencias. Debemos apreciar la racionalidad del acto y admirar cómo Suárez se adelanto al hecho que, a fin de cuentas, las ventajas superaron a los costos. Su acción fue exitosa, nada más queda por decir. Si resulta necesario modificar el reglamento y hacer más costosa la acción en el futuro o, incluso, interpretar extensivamente el alcance de "falta grave" para aplicar una sanción mayor que también tenga un efecto disuasivo, es un asunto diferente. El alcance del reproche está circunscrito por las reglas del juego, más allá lo único que importa es la efectividad.

Para la visión republicana, el objetivo del juego es competir lealmente en pos de ganar. Las reglas del juego son al mismo tiempo que límites a la conducta admisible de los jugadores parámetros de la lealtad que deben seguir los jugadores a la hora de buscar el triunfo de su equipo. Tras las reglas que regulan las conductas expresamente - cada vez con mayor precisión - se sitúan principios deportivos como el juego limpio y el espíritu de competencia o como la prohibición de la ventaja que proviene de una infracción a las reglas. En esa dirección es que el fútbol ha evolucionado, concretando cada vez más pautas de conducta y estimulando las virtudes deportivas en los equipos y jugadores. La fidelidad de las reglas es la que entrega la identidad al jugador de fútbol, es lo que hace que el fútbol sea lo que es y no cualquier cosa: lo importante no es ganar sino competir.

Así, el punto de vista republicano no sólo exige cumplir las reglas o asumir los costos de la transgresión, sino además, aceptarlas como pautas de conducta. El reproche, entonces, no se agota en el cumplimiento de la legalidad externa. Por ello, el participante que "usa" las reglas en lugar de guiarse por ellas, merece un reproche por ese sólo hecho. La relación meramente instrumental con las reglas, desconociendo su espíritu, implica una deslealtad con el deporte mismo, más allá de las consecuencias prácticas de la infracción.

Como se ve, la pasión que origina el futbol, en este como en otros casos, permite agudizar nuestra percepción de los fundamentos de nuestra adhesión al marco común que gobierna nuestras acciones.